Nuestras vidas cada día parecen más y más aceleradas, llenas de actividades, pensamientos, metas a lograr, expectativas que cumplir, posiciones que asumir, cosas que adquirir, relaciones que mantener, cuerpos que tonificar, carreras que ganar, información que procesar, lugares  que visitar, citas que programar, estudios que concluir, libros que leer, películas que comentar, correos que contestar, llamadas que atender, negocios que cerrar… Responder, responder, responder…

Sin duda vivimos una era de privilegio, en donde podemos acceder a un sin fin de posibilidades, sin embargo, el problema reside en que en este «buffet» de oportunidades, parece que tan sólo nos servimos de todos los platillos, sin detenernos ni un momento a pensar si «eso», «se nos antoja» en realidad.

Hoy resulta, que con vidas más largas, con más recursos, con más elecciones posibles, se viven vidas más tristes y frustradas, con incremento en patologías físicas y psíquicas, pero sobre todo, con mayor malestar emocional, con sensación de vacíos «voraces e insaciables» cómo «agujeros en el alma», ante los que nos sentimos atados de manos y discapacitados para atender.

En un afán de lidiar con esta frustración, el camino que muchos han adoptado es, el de la cancelación de las emociones, y buscar «llenarse de todo» lo que hay afuera, en un afán de conseguir un cierto estado de paz y gratificación interna… ¡Qué sorpresa! ¿Verdad?

Ahora empezamos a ver y comprender una de las razones para el incremento inusitado de tallas y obesidad, pero también de compulsiones y adicciones, para la carrera sostenida hacia las posesiones, ya sea de cosas, personas, poder, éxito, dinero, belleza… En fin, una carrera desenfrenada contra el vacío… Ese vacío que con todo, ¡no se llena!

Lo dramático en todo esto, es que hemos cancelado las emociones, ellas son las que matizan o dotan de sentido lo que experimentamos, soñamos, deseamos, creamos, y todo aquello que nos es propio, que es subjetivo, que nos hace sujetos…

El resultado: Dejamos de conectar nuestro vivir con nuestra vida…

¿Cuándo fue la última vez que dejaste a tu corazón «aportar en tu elección»?

Y con ello no me refiero a la visceralidad y al impulso desenfrenado que surgen del miedo, no a eso no puede llamársele «corazón», me refiero a que, desde cuándo no te has dado la oportunidad de reflexionar, de detenerte a decidir conscientemente, de alinear sueños, deseos, razón, cuerpo y emoción en tus elecciones.

Hablar de destino no es hablar de determinismo barato que supone que tu pasado será tu futuro, ¡no! ¡la vida no es así! Tampoco de horóscopos o tarot….

Ser dueño de tu destino es crear el futuro que quieres vivir haciendo elecciones conscientes.

                                  Y si la vida fuera un «buffet» ¿Qué se te antoja comer?